Un hombre muy feo se sentía acomplejado por su
rostro. Se enteró un día de los avances de la cirugía estética y se fue a un
experto cirujano para que le reformara su rostro. Gastó un dineral, pero
consiguió tener un rostro del todo agradable. Esto le produjo una gran
satisfacción al pensar en la alegría de pasearse en su pueblo con su rostro
nuevo. Pero la transformación había sido tan radical que nadie, en su pueblo, lo
reconoció. Con lo cual se vio privado del gozo de sorprender a la gente con su
belleza.
Si tenemos que amar al
prójimo como a nosotros, tenemos que empezar primero con amarnos a nosotros
mismos y tenemos que aceptarnos física y psicológicamente, como somos y dar
gracias a Dios por los dones que nos ha dado, aunque tengan límites y defectos.
Esto no excluye que se pueda a veces mejorar su propia estética, pero lo que sí
no es correcto, es el abuso de esta posibilidad.
Autor:
Pbro. Pedro Chinaglia Salesiano
(SDB)
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