Tímidos
habitantes nocturnos de lo más profundo de lejanas llanuras del Asia Central,
los grandes muebles de sala habitaron hasta hace relativamente pocos años las
estepas de jugosos pastos y grandes ríos apacibles.
Los guerreros
mongoles, audaces jinetes en pequeños caballos de largas crines, que cazaban
con poderosas flechas la pantera nebulosa y el lobo estepario, nunca se
atrevieron a matar un solo mueble de sala.
El Gran Khan
descansaba después de las batallas reclinado en un enorme sofá amaestrado, que
dormía plácidamente la mayor parte del día en la penumbra de su tienda. Los
aguerridos hombres de la estepa, considerados salvajes por los europeos de su época,
eran sin embargo, extremadamente tiernos con los grandes muebles de sala, a los
que protegían y veneraban considerándolos dioses del descanso.
Menos
razonables que los mongoles fueron los exploradores europeos, que no dudaron en
cazar a sangre y fuego los pacíficos animales, al descubrir que podían hacer
con ellos un magnífico negocio. En vista de que los ejemplares que intentaban
llevar vivos a Europa morían de tristeza una vez abandonaban su hábitat, los
naturalistas disecaron y montaron algunos en una estática actitud, para ser
enviados a los grandes museos. Rellenándolos de paja y usando resortes de
alambre, hicieron un burdo remedo, una vulgar imitación de los mullidos
vientres de los pacíficos animales, que a pesar de ser sólo una infame copia
del original, causaron sensación en el público al divulgarse el uso que les
daban los jefes mongoles a los ejemplares que habían domesticado.
Los pedidos no
se hicieron esperar. Reyes, príncipes, duques y papas, la nobleza de alcurnia y
la nobleza del dinero encargaron hasta tres y cuatro juegos de sala completos
para alegrar palacios y jardines.
Indefensos
como la mayoría de los grandes animales nocturnos, los cazadores los
ahuyentaban por centenares incendiando los juncales donde habitaron por siglos,
arreándolos en ruidosas batidas hasta los mataderos de la llanura abierta donde
los sacrificaban a garrote para no dañar las pieles.
Fue un proceso
de extinción semejante al que acabó con la mayoría de los bisontes americanos y
los grandes herbívoros africanos, con la dolorosa diferencia que los grandes
muebles de sala desaparecieron totalmente. Los cazadores furtivos, la soledad,
la tristeza de los criaderos asolados y algunas plagas como el comején y la
polilla acabaron con los poquísimos ejemplares que habían sobrevivido, en
parajes aislados, a la inmisericorde persecución llevada a cabo por los
europeos.
De esta manera
los fabricantes se adueñaron del mercado, inundándolo con las vulgares
imitaciones en varios estilos, que nada tienen que ver con la ternura y la
gracia de los originales. Las exorbitantes ganancias les alcanzaron hasta para
pagar avisos de prensa en los que se decía que la masacre de los grandes
muebles de sala era una invención de naturalistas celosos de la industria, de
científicos exagerados y de ecólogos románticos enemigos del progreso; y que
esa maravilla de la fauna, junto con el pájaro Dodó y el lobo de Tasmania, las
otras joyas perdidas de la naturaleza, eran invenciones de viajeros alucinados.
Celso Román – Colombia
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