El presidente de los EE. UU. Abraham Lincoln, era
famoso por la extrema cortesía que dispensaba a sus adversarios políticos. La
conducta del presidente no siempre era compartida por sus propios ministros. Uno
de ellos, un día, le dijo fastidiado: ¿Por qué los tratas como si fueran tus
amigos? ¡Merecerían más bien que los eliminaras! "Es lo que hago"
respondió Lincoln. "¿Acaso no elimino a un enemigo cada vez que lo
convierto en amigo?
Jesús nos dio un mandamiento
nuevo que nos amáramos como él nos ha amado y Jesús nos amó mientras éramos
pecadores. (Ro. 5, 6-10). Es por eso que tenemos que amar también a nuestros
enemigos. Si el mismo Dios los ama. ¿Por qué no tenemos que amarlos nosotros?
"Amen a sus enemigos y
recen por sus perseguidores. Así serán hijos de su Padre que está en los
cielos" (Mt 5, 44-45)
El papa Juan XXIII, en su larga
agonía, a quien le sugería que rezara y perdonara a sus enemigos, le dijo:
"Pero, yo no tengo enemigos". ¿Es que no podía, entonces, practicar
el mandamiento de Dios? Sí que lo practicaba, porque, a los que lo odiaban, él
los amaba y por eso no eran ya enemigos para él.
Autor:
Pbro. Pedro Chinaglia Salesiano
(SDB)
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