En una aldea vivían dos hombres que continuamente se
peleaban y no podía vivir sin ofenderse el uno al otro. A cada rato, por
cualquier motivo, surgía una pelea. La vida se hacía insoportable para los dos,
pero también para todo el barrio. Un día, algunos ancianos le dijeron a uno de
los dos: "La única solución es que tú vayas a encontrarte con Dios".
"De acuerdo, - contestó el hombre- pero ¿dónde?
"Basta que tú subas allá arriba, a la cumbre de la montaña, para
encontrarte con Dios.
Después de algunos días de camino difícil y fatigoso,
aquel hombre llegó a la cumbre de la montaña. Dios lo estaba esperando allá, arriba.
El hombre cuando vio a Dios no quería creer. Se
frotó los ojos para ver mejor. Pero, no había alguna duda. Dios tenía el rostro
de su vecino tan antipático e intratable.
Lo que Dios le dijo, nadie lo sabe, Pero cuando
volvió a su pueblo ya no era el mismo hombre que antes.
Sin embargo, no obstante su amabilidad y deseo de
reconciliación, todo seguía casi como antes porque el vecino inventaba
continuamente nuevos pretextos para discutir y pelear.
Los ancianos se dijeron entonces: "Es necesario
que también el otro vaya a ver a Dios" Lograron convencerlo y también el
vecino partió por la montaña para ver a Dios. Y allá arriba también él
descubrió que Dios tenía el rostro de su, tan odiado, vecino. Desde aquel día
todo ha cambiado y la paz reinó en aquel barrio.
Autor:
Pbro. Pedro Chinaglia Salesiano
(SDB)
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